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Los políticos bailan sobre el escenario del cinismo en medio de la peor tragedia

La tragedia está entre nosotros, nos envuelve, nos abruma, nos deja mirando silentes lo que pasa a nuestro alrededor. Nos aleja en la distancia social, nos impide los abrazos frente al llanto, nos desespera en la desesperación de la búsqueda de un tubo de oxígeno para alguien que hoy, aquí y ahora, no puede respirar. La tragedia nos pospone el último adiós por saturación de cementerios y funerarias, nos deja esperando el resultado del último hisopado mientras asola la muerte, nos encuentra clamando por una cama en algún lugar para calmar la falta de aire que sólo se calma con un respirador y no hay. La tragedia danza como un cuervo sobre nuestra ciudad, mientras en el silencio de la tarde rugen las sirenas, sirenas que todos sabemos qué llevan y hacia dónde van.

Jujuy está sumido en la tragedia de muertos sin despedidas dignas, de amigos sin abrazos en el llanto, de padres sin consuelo, de adolescentes rogando ayuda por teléfono porque se le mueren los abuelos, de historias desconsoladas de primos, hermanos, vecinos y parientes que se van en un suspiro, de médicos que no pueden más, de enfermeros que trabajan a destajo, de maestranzas que ya no saben qué ni cómo desinfectar, de técnicos y bioquímicos exhaustos, de la vida que se nos va.

La tragedia se ha enseñoreado entre nosotros. Cada día son más nuestros muertos y no afloja. Intentamos todas las técnicas y métodos, pero no nos ha servido. No alcanzan las camas, son insuficientes los respiradores, tampoco los terapistas ni las enfermeras de UTI. Todos los días un muerto que conocemos. Todos los días, en ésta ciudad tan chica, en ésta provincia de apenas un poco más de 700.000 habitantes.

En tanto todo esto pasa, nos pasa, la política baila sobre el escenario del cinismo y la perversión, con un presidente que dice ser el más federal y anuncia la quita de recursos a un distrito para entregarle más dinero a discreción al delfín de la señora Vicepresidenta, crispando los ánimos con cada aparición, olvidándose que hay provincias, más pequeñas, menos opulentas, menos importantes en cantidad de votantes, donde la muerte se desplaza sin otorgar rango al Decreto inconstitucional que impide la transitabilidad.

Mientras dos hermanos son enterrados juntos, el mismo día, a la misma hora, Fernández que es Alberto y también Cristina, decide discutir y debatir si a Buenos Aires le sobran helechos iluminados para justificar la arbitraria decisión de entregar más recursos a la provincia que le dio los votos, olvidando así a una parte de la sociedad que no lo votó, que está fundida, sin opciones en un plan económico que sólo atiende a los más pobres y a la vagancia, mientras la clase media “dadora” de trabajo, inversión y producción se apaga poco a poco cayendo en el paupérrimo destino de la quiebra, el cierre y la desolación.

En el más extraordinario acto de perversión, mientras mueren 11.000 personas, Alberto que es Fernández como Cristina, nos impone la discusión de una reforma judicial extemporánea, interesada y alienada de la realidad, para salvar las ropas y obtener la impunidad de unos pocos (y en particular de Una). Es perverso, cínico y psicópata llevarnos día a día a una discusión permanente sobre decisiones de un grupo de facinerosos encabezados por un presidente que gobierna para una facción desterrando a la nada misma a cada muerto, cada enfermo que sufre dolor, cada productor que no puede superar una “frontera” provincial para ir a trabajar, o simplemente un padre que no puede darle el último abrazo a una hija.

Es insoportable ver volar los cuervos sobre nuestras cabezas, como una espada de Damocles, por una pandemia que no pudieron, no supieron o no quisieron manejar, para quedarse con la tajada mayor de lo que ésta sociedad doliente dejará cuando todo pase. Son cuervos perversos, malolientes, alientantes y alienados despojando a un país entero de salud, educación, meritocracia, ascenso social, recursos, humanidad y esperanza.

Pero no sólo son los Fernández, también están los otros. Los Morales que arman un viajecito a la China que “exportó” el virus que nos mata, con Alberto que es Fernández como Cristina, para traer más dinero que alguien algún día va a pagar y se hará una convocatoria con otros buitres sentados a la mesa para decirnos que lograron reestructurar la deuda que un grupo de buitres (ellos mismos) fueron a pedir a China en medio de una pandemia desenfrenada para quedar en un bronce por 200 megas más de energía solar. Es extraordinariamente indignante que en esa alienación, por no decir falta total de empatía, no comprendan que en noviembre, mientras aborden ese avión, cientos de familias estarán buscando un bronce sí, pero para poner en una lápida sobre los que se acaban de ir.

En tanto la inmoralidad los lleva a repartir bolsones de comida en barrios marginales, “acompañando” a gente que está exponiendo su vida trabajando en busca de infectados positivos, haciendo campaña política con pseudocaminatas que hasta tienen el tupé de mostrar en partes de prensa oficiales como si se tratara de un acto heroico. Están tan alejados de la realidad que siguen en campaña mientras los comunes corremos de un lado a otro buscando un concentrador de oxígeno, aprendemos a medir la saturación en sangre, compramos para prestar oxímetros y damos ánimos a lágrimas insistentes que llaman preguntando qué hacer “porque se muere mi papá en mi casa”. La inmoralidad nos rodea y perturba también en el pago chico.

Morales que no es Alberto, pero que hoy se le parece, nos acerca un AutoCine de Altura, para mantener viva la llama encendida de algún pariente cercano amante del séptimo arte, justo en la llamada Punta del Parque donde pasan las camionetas blancas que llevan los féretros de nuestros muertos cotidianos y las ambulancias rugientes que llevan los enfermos al Hospital Pablo Soria y al Hospital de Campaña y se cruzan con los organizadores de la fiesta de unos cuantos. La indiferencia llevada a su máxima expresión.

Mientras desde las entrañas del poder se discute el “futuro”, porque mientras el músculo duele la ambición de los inmorales trabaja, una familia entierra a su padre mientras otra llora en la puerta del hospital y ruega que “alguien” le diga cómo está su papá, para luego llorar porque en realidad, el padre de esa otra familia está vivo y el de la que esperaba en la puerta del hospital ya había sido enterrado. La tragedia y la locura se han confundido con la inoperancia, la ineptitud, la falta de humanidad en el trato a las familias que nunca más saben nada ni ven a sus enfermos una vez que ingresan a “la cárcel Covid” disfrazada de hospital. Parece una comedia, pero es la más trágica tristeza burlada por la incapacidad.

A ellos, a los inmorales y los cínicos, ojalá Dios les demande lo que la Patria está dejando pasar, mientras la tragedia danza al ritmo de la pandemia que no podemos parar.

Por Rosario Agostini

 

 

 

 

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