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América Latina: la moderna ciudad creada para una élite que no funcionó como se esperaba

finales de la década de los 50, Brasil construyó, en plena meseta central, su nueva capital: Brasilia. Lo hizo en apenas tres años, una hazaña considerada colosal.

El compromiso de construir una nueva capital en el centro del país había existido al menos desde el siglo XVII, pero solo se hizo realidad en 1956 bajo el gobierno de Juscelino Kubitschek.

«El plan en el sentido nacional y estratégico tenía un objetivo simbólico y militar. Era una forma de estimular la ocupación del interior de Brasil, que hasta entonces se concentraba en la costa, y de tener una capital más protegida de eventuales ataques o revoluciones», dijo el profesor Antônio Carlos Carpintero, de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Brasilia (UnB) a BBC Mundo.

También tenía una carga política, cree el profesor. Kubitschek, que había sido elegido después de una crisis política que dividió el país, convirtió a Brasilia en un símbolo de unidad nacional. Quería que fuera una capital situada en el centro que finalmente conectara a todas las regiones del país.

Brasilia debía ser una ciudad que mirara hacia el futuro y dejara atrás el legado colonial de Salvador de Bahía y Río de Janeiro, las antiguas capitales.

En 1957, un jurado internacional eligió el proyecto del urbanista Lucio Costa, pionero de la arquitectura moderna en Brasil, por ser «simple pero muy innovador».

Costa sería el padre del «Plano Piloto de Brasilia», como se conocía el área original de la capital, y el arquitecto Oscar Niemeyer encabezaría la construcción de la ciudad y sus principales edificios.

La planificación del Plano Piloto incorporó las ideas racionalistas y funcionalistas de la arquitectura moderna, muchas inspiradas en Le Corbusier, sobre cómo debía ser una urbe. En concreto, esta tenía que organizarse en distintas zonas según el uso que sus habitantes le iban a dar: vivir, circular, trabajar y entretenerse.

Para Costa, Brasilia no debía ser entendida como una ciudad moderna cualquiera sino como «un monumento» que guardara el espíritu de una capital y a la vez organizara la sociedad de una manera más eficiente. A pesar de esas aspiraciones, la nueva capital no acabaría funcionando exactamente como lo habían planeado.

Lucio Costa partió de la forma del signo de la cruz para organizar el Plano Piloto, haciendo referencia a aquel gesto primario de marcar el terreno para tomar posesión de un lugar. En uno de los ejes, ligeramente curvado para adaptarse al territorio, estarían los sectores residenciales. En el otro, estaría el «eje monumental» donde se concentrarían los edificios de gobierno, las principales obras de Oscar Niemeyer en la ciudad.

Entre los dos ejes, habría sectores comerciales y de entretenimiento, como bancos, centros culturales, clubes deportivos, embajadas o talleres, entre otros, y una carretera que conectaría la capital con sus alrededores. Desde arriba, la cruz arqueada parecía un avión, lo que fortaleció la idea del presidente de mostrar Brasil como un país moderno y triunfante, listo para alzar el vuelo.

 

Concebida para el auto

Para hacer que la circulación fuera más fluida y distanciar los autos de los peatones, la capital estaba llena de autopistas sin cruces ni semáforos.

«Brasilia parecía una especie de comercial publicitario del automóvil. Se promocionaba su uso ya que en ese momento la industria automotriz estaba en auge en Brasil, pero no había referentes para poder predecir qué problemas tendría una ciudad tan enfocada en el transporte individual», dice Carpintero.

 

Casas «ideales»

En las zonas residenciales, Lucio Costa diseñó bloques de edificios cercanos entre sí y rodeados de vegetación.

En estos «súper bloques», como se les llamaba, todos los edificios se apoyaban en pilares que descansaban en el suelo y creaban espacios para que los habitantes pasearan, jugaran o tuvieran contacto con su comunidad. Se suponía que los residentes tendrían escuelas, espacios de ocio y comercio.

 

Ideas vs. realidad

Para que fuera una ciudad «monumental, cómoda, eficiente, acogedora e íntima», como quería el planificador, Brasilia debía acoger a un máximo de aproximadamente 500.000 personas. Una cifra que algunos expertos ven como arbitraria, hasta elitista.

Bajo ese precepto, si la ciudad quería crecer tendría que hacerlo a través de ciudades satélite, es decir, suburbios donde la gente de bajos ingresos viviría y desde donde tendría que viajar a la capital para trabajar. Estas ciudades satélite también estarían «racionalmente diseñadas» como el Plano Piloto.

«Brasilia es el resultado de un momento en que se pensaba que el diseño y el desarrollo de una ciudad podían controlarse. Es más, se pensaba que el control era bueno», dijo a BBC Mundo la profesora Sylvia Ficher, especialista en teoría e historia de la arquitectura de la UnB.

Había tal fijación por controlar el tamaño de la urbe, que no se tuvo en cuenta que los trabajadores que la estaban construyendo serían sus primeros residentes. «La gente vino a construir la ciudad, pero la ciudad no era para ellos, sino para los funcionarios públicos. Pensaron que los trabajadores simplemente se irían una vez acabadas las obras. Pero lo que estaban imaginando era muy poco realista», dice Ficher.

La necesidad de acoger a estos trabajadores se impuso ante la idea de construir ciudades satélite una vez acabado el Plano Piloto. La rapidísima construcción de la ciudad significó que se tuvieron que hacer cambios importantes en las proyecciones hechas por Lucio Costa.

Por ejemplo, el urbanista quería que en los «super bloques» hubiese edificios de distintos tamaños y acabados para que los altos funcionarios (con mayor poder adquisitivo) pudieran ser vecinos de sus subordinados.

Nunca sucedió. «Bajo la justificación de que era necesario correr para terminar la ciudad antes del final del mandato del entonces presidente, los bloques se hicieron de una manera más estandarizada y con un menos apartamentos, lo que disminuyó la diversidad y aumentó el segregación», dice Carpintero.

Con los años, también se hizo evidente que algunas de los principios modernos (de arquitectura) aplicados a la nueva capital no eran tan buenos para la vida real como se había imaginado. Por ejemplo, la división extrema de la ciudad generó problemas importantes por la separación de actividades. La ciudad «no tenía vida», como comenzó a decirse.

Además, mucha gente no tenía auto, y vivir en la ciudad se tornaba imposible. El servicio de transporte público era escaso e ineficiente y lo sigue siendo hasta el día de hoy. Por otro lado, para los que sí contaban con auto, manejar era difícil. Se generaban grandes embotellamientos porque no había cruces peatonales ni semáforos, una idea en boga en el momento para generar fluidez de tránsito. Los «super bloques» de viviendas, en tanto, eran muy caros y de costoso mantenimiento.

«En cierto modo estábamos equivocados. Imaginamos que la renovación arquitectónica y la renovación social serían lo mismo. Pero la realidad ha demostrado que las cosas no son tan simples», admitió Lucio Costa, en una entrevista para el documental Itinerario de Niemeyer, en 1973.

La realidad también demostró que las ciudades satélite acabarían siendo mucho más importante de lo que los creadores de Brasilia se imaginaron. «Brasilia ya no está en el Plano Piloto, está en Taguatinga o Ceilândia. Hoy la ciudad original es un barrio de la metrópoli, en mi interpretación. En una lógica europea, sería el centro histórico de la ciudad o el barrio central «, dice Sylvia finales de los 80, el Plano Piloto fue declarado Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la UNESCO – la única ciudad construida durante el siglo XX con esa mención – y se convirtió en un símbolo de la arquitectura moderna a nivel mundial.

En consecuencia, Brasilia no se puede transformar para adaptarse a los nuevos tiempos ni a las demandas de sus habitantes. «La ciudad proyectada por Costa y Niemeyer deja de ser una ciudad para convertirse en un monumento histórico», considera la profesora Ficher.

Por eso, a 60 años de su inauguración, la vida de la capital de Brasil acontece fuera de esa idea original. «Brasilia fue hecha para ser una obra de arte, así que había una preocupación por no alterar la ciudad», dice Ficher.

«Originalmente, la silueta de avión que se ve desde el cielo no debía tener edificios cerca. Sin embargo, hoy esa figura sigue siendo visible pero hay mucha edificación entre esa silueta y el lago. Esto es lo que llamo ‘la venganza de la ciudad’. Había una fantasía de que podían controlar la ciudad, pero nunca lo pudieron hacer de verdad», dice.

Aún así, Ficher y Carpintero creen que la capital brasileña está lejos de ser un fracaso, como dicen sus críticos más acérrimos. «El Plano Piloto de Brasilia se realizó en un momento muy específico de la arquitectura y refleja las ideas de aquel momento que después pasaron a ser cuestionadas. Pero la ciudad es mucho más que eso, la gente vino a vivir aquí y Brasilia se convirtió en una metrópoli por sí misma.», dice Sylvia Ficher.

Muchas capitales construidas en el siglo XX siguieron siendo ciudades pequeñas o medianas, como Canberra, la capital administrativa de Australia, que fue construida a en 1913 y tiene unos 430.000 habitantes.

Islamabad, en Pakistán, fue planificada y fundada el mismo año que Brasilia y tiene menos de 2 millones, mientras que la joven capital brasileña ya es la tercera ciudad más grande del país, después de São Paulo y de Río de Janeiro.

«Lo importante es que en realidad se construyó una capital en el centro de Brasil. Era un proyecto para el desarrollo del interior del país, y esta propuesta resultó ser la correcta. El presidente Kubitschek dijo: ‘Brasilia coserá Brasil desde sus adentros’. Realmente fue así, todo Brasil quedó más cerca de la capital», concluye la profesora.

 

Fuente: lanacion.com.ar

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