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Sí, vivimos en un feudo y espero que sepan comprendernos

Vivimos en feudos, sí. Difícil de entender para quienes nos miran desde lejos, para quienes no saben cómo ni por qué seguimos eligiendo vivir en un feudo con un señor feudal que gana una y otra vez las elecciones.

Nos piden rebelión, nos llaman a la revolución de los votos, nos compelen a dejar de ser lo que tristemente somos. Pero, ¿alguien sabe lo que es vivir en un feudo? Nosotros sí. Y es muy distinto a vivir en una metrópolis sin conciencia feudal.

En nuestras patrias chicas, vivimos en ciudades pequeñas, somos todos más o menos conocidos.

Pertenecemos a círculos sociales según nuestro presunto “linaje” o clase social. Muchos saben dónde vivimos, dónde viven nuestras familias más o menos cercanas, quiénes son nuestros afectos y hasta nuestros muertos. ¿Suena primitivo? ¿Antiguo? ¿Anacrónico? ¿Medieval? Sí, pero es verdad.

Tenemos amigos que son amigos de otros, parientes cercanos que son a su vez parientes de otros y otros, y constituimos algo así como un gran grupo de WhatsApp en el que todos hablamos de todo, pero en voz baja, “despacito” y sin pretensión de socializar demasiado lo que allí se dice.

Vamos todos a los mismos lugares, nos encontramos, nos saludamos, nos reconocemos, somos parte, y ser parte significa construir nuestra pertenencia a partir de la mirada del otro. Porque es esa mirada la que te define en un feudo.

El señor o señora feudal, no sólo es quien manda y gobierna, sino que es visto como aquel que “ordena” la consistencia social de nuestras vidas. Es quien obtiene la autoridad sociológica por todos otorgada para decir lo que está bien y lo que está mal, es quien “presuntamente” cuida de nosotros, es la magnanimidad casi absoluta para quienes son parte del círculo de poder que lo rodea, por no decir, la neo aristocracia primitiva que adula al mandamás para obtener la mirada piadosa y los favores requeridos de un carguito, una licitación ó la mera existencia. Y no se trata sólo de los que forman los gabinetes o son parte del gobierno, sino que eso se traslada a la mayoría de la oposición, que requiere también de ese orden para ser parte pequeña, servil, pero parte al fin, de esa neo aristocracia de nuevos ricos sin “linaje”. Porque el “linaje” lo otorga el “pertenecer” al círculo del poder.

A su vez, esos círculos de poder se conforman de familias que llevan sobre sus espaldas la “responsabilidad” nobiliaria de ejercer el poder. No importa de qué partido político hablemos. Al final, siempre son los mismos. Electos por portación de apellido, amigos por portación de apellido, funcionarios por portación de apellido. Son los mismos, desde hace tantos años que ya ni nos acordamos quién fue el primero que “llegó”. Lo importante es la herencia, como si el talento político y de gestión fuera hereditaria, pero en nuestros feudos, se presume que es así.

Sin embargo ese no es el mal mayor. Lo que ocurre en nuestras sociedades, es que hay una conciencia social feudalista que lleva años de repetición y constitución. Cada institución repite el orden de poder y lo ejerce tal como es ejercido por el Señor o la Señora feudal: los intendentes, los concejales, el policía del pueblo, la directora de la escuela, etc..

Y todos, cada uno en su medida y lugar, se configuran como la farándula de sus pueblos o ciudades. Hay un cholulaje político o institucional difícil de comprender para quienes no lo ven o viven. Si el gobernador te llama o va tu casa, si el intendente del pueblo come un asado con vos ó si el cura del pueblo te palmea especialmente, podés sentir que por un instante pequeño, chiquito, sos parte. Y el pueblo te mirará distinto por un tiempo, y tenés que sentirte agradecido y bendecido especialmente por esa autoridad casi mágica, casi divina. Porque a magnánimos no nos gana nadie. Así somos. Así es el lugar donde vivo.

Sí, vivo en un feudo. Y me preguntan ¿por qué no se rebelan ante aberraciones como las de Santiago del Estero o Formosa o la misma Jujuy comandada en sus tiempos por Milagro Sala como una verdadera señora feudal?

Porque cuando te rebelás, cuando enfrentás el status quo establecido, porque cuando te parás frente al poder, dejás de ser, dejás de pertenecer. Pasás a ser un paria en tu patria chica, porque la mirada del otro deja de ser compasiva y complaciente, para mostrarte la cara de la desaprobación.

Porque si se te ocurre no creer en la magnanimidad ni en la verdad revelada del portador del poder circunstancial, rompés con lo establecido. No comprendés que todos viven y respiran gracias a los favores del jefe de un Estado empobrecido a propósito para lograr el clientelismo más infame y opresor. Sí, opresor.

Porque ese “todos” del gran grupo de WhatsApp está plagado de empleados del Estado, empresitas que ganan alguna licitación, comercios que no quieren ser perseguidos ó pobres de toda pobreza que intentan llegar a una “casita” militando las verdades reveladas del enviado, del mesías que llegó para salvarnos de quien sabe qué crueldad, como la de un virus venido de China.

A veces hay primaveras, muy breves. Pero como dije, somos una sociedad con conciencia feudalista. Entonces, el nuevo que parece llegar para cambiar las cosas, para devolvernos la democracia y el libre pensamiento, en realidad se volverá a convertir en un señor feudal. Porque es nuestra sociedad la que lo precisa así. Porque es nuestro inconsciente colectivo quien lo va construyendo de a poco en lo que al final todos los que “llegan” parecen ser: pequeños personajes de la historia con aspiraciones megalómanas de ser los “elegidos”.

Y vamos repitiendo la historia. Una y otra vez. Algunos desde el exilio interno, otros desde la aceptación cómplice y otros sin darse cuenta si quiera. Entonces pasan los Juárez pero llegan los Zamora. Pasan las Milagros pero llegan otros. Y así vivimos en un “Día de la Marmota” permanente, en el que los rebeldes seremos eternos parias en nuestra propia Patria Chica, y silbaremos bajito aquella vieja canción de Pedro y Pablo: “Y sin embargo yo quiero a ese pueblo, tan distanciado entre si, tan solo, porque no soy mas que alguno de ellos…”

Por Rosario Agostini

 

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