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La muerte de la docente Adriana Armella despertó a un elefante adormecido. Un sistema educativo colapsado, políticos carroñeros y soledades que matan

El jueves 20 de Marzo murió la Vicedirectora del nivel primario de la Escuela Normal, turno tarde, Adriana Armella. Una muerte que conmovió los cimientos silenciosos de un sistema que está al borde del colapso, colapso que nadie se anima a exteriorizar públicamente porque la Educación no es un tema que «venda» en las redes ni parece importarle a mucha gente.

Sin embargo, ese Accidente Cerebro Vascular que sufrió Adriana, produjo no sólo su muerte, sino que desnudó que las venas que alimentan día a día la educación, están saturadas de problemas de difícil diagnóstico y más difícil resolución. Las aulas hoy son el refugio de muchos padres que dejan a sus hijos y a su vez de muchos hijos que padecen innumerables conflictos cotidianos en una realidad que se volvió extremadamente compleja.

La soledad de los docentes frente a un sistema burocrático que impone reglas y papelerío que abarrotan oficinas de burócratas que a su vez reglamentan las reglamentaciones que tienden a reglamentar lo ya reglamentado, cada uno oficiando de seudo pedagogo cuyo único fin es alimentar archivos de informes que al final del día nadie lee y mucho menos suman soluciones a cientos de maestros y profesores que día a día caminan las aulas de las escuelas jujeñas.

Burócratas que en muchos casos hace 20 o 30 años que no pisan un aula en el mejor de los casos, porque hay otros que jamás pisaron un aula después de haber salido de su propia escuela Secundaria.

La soledad es la frase que más se escucha por éstos tristes días entre los docentes, soledad para resolver situaciones para las que no están preparados, soledad frente a gremios con conducciones que se pelean por el carguito y el sillón, pero que tampoco parece que pisan las aulas, soledad frente a dirigentes políticos que si vienen de la educación, hace tantos años que no ejercen que no tienen la más remota idea de lo que viven los docentes. Soledad frente a un Estado que se cree presente y su única presencia es ese mismo docente en total soledad, porque el Estado sólo les exige resultados, burocracia y ningún acompañamiento.

La muerte de Adriana despertó a un elefante que estaba adormecido, sin saber exactamente lo que le pasaba, y lo que le pasa es que se preparó para enseñar, para conducir el proceso de enseñanza/aprendizaje, que aunque la teoría foucaultiana haya impuesto que se trata de una cuestión absolutamente horizontal entre unos y otros, lo cierto es que el docente es «el adulto en la sala» y es quien en la realidad tiene que llevar adelante esa aula con 20 chicos en nivel inicial y hasta 40 en nivel primario y secundario.

Fueron preparados para enseñar, esos educadores fueron educados para educar, no para contener psicológicamente a madres y padres con problemas psicológicos o sociales, fueron educados para educar, no para hacerse cargo de exigencias de pedagogos que desconocen la realidad, porque la vida ideal de una teoría no se condice hoy con la realidad cambiante y donde juegan las complejidades individuales, no sólo de los niños y adolescentes, sino incluso de padres que cuestionan permanentemente la preparación de una clase, la expertise del docente y proyectan sobre aquellos sus propias miedos, cuando no, sus propias frustraciones irresolutas.

Según una nota periodística publicada en el diario La Nación «aproximadamente un 12% de los menores de 14 años necesita algún tipo de apoyo, según datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) norteamericano. Hay siete de cada 100 chicos en edad escolar con trastorno del lenguaje y un 11% con déficit de atención (Trastornos de Déficit Atencional con o sin Hiperactividad, TDAH). Además, aumentó la incidencia de casos de Trastornos del Espectro Autista (TEA), que es de un chico cada 36.

En la Argentina no hay cifras: en el último censo de población no se incluyó ninguna pregunta sobre discapacidad. A diferencia del TDAH, el TEA sí viene aumentando su incidencia por razones ambientales, dicen los expertos. Se espera que en las próximas mediciones sea un chico de cada 25. También aumentaron los casos de Trastorno Específico del Lenguaje (TEL), según creen los especialistas después de la pandemia. La neurodivergencia más frecuente en el aula es la dislexia (dificultad para leer), que muchas veces viene combinada con discalculia (dificultad con base neurológica para realizar operaciones matemáticas) y en muchos casos se suma una dispraxia, que en el entorno del colegio se observa como la dificultad para plasmar en papel aquello que se comprende y se puede resolver de forma oral y mental: chicos que miran el pizarrón y no copian. Muchos docentes lo confunden con un acto de rebeldía o mala conducta».

Sólo ésta realidad, que es palpable y que se vive a diario en escuelas locales, implica un gran desafío. Una maestra que tiene a cargo un aula de 20 chicos de 4 años, donde 3 de ellos presentan algún tipo de nuerodivergencia, cómo lo enfrenta. ¿Sigue el proceso de esos 3 niños, abandonando a los 17 restantes? ¿Cómo hace? ¿Abandona a su suerte a esos 3 pequeños porque no puede con todo lo que ellos requieren?

Los padres también se enfrentan a una realidad difícil frente a estos casos, porque sus hijos tienen derecho a la inclusión y la educación, sin embargo peregrinan por las escuelas buscando que los integren. Es decir, todos de alguna manera, son víctimas dentre de un Estado que no asume sus responsabilidades concretamente. Lo que implica buscar soluciones y dejar de ser un problema para docentes, alumnos y padres.

Los docentes saben que son el frontón en el que todos depositan las críticas. ¿Hay docentes que no son buenos docentes? Es obvio que sí, como hay padres que no son buenos padres y madres que no son buenas maneras, como hay buenos y malos hijos, como hay malos médicos y buenos, como hay buenos y malos enfermeros, como hay buenas y malas personas. Pero no por ello deben pagar justos por pecadores.

Las experiencias vividas en las aulas en muchos casos ponen en disyuntivas horrorozas a los docentes, porque también hoy son víctimas de falsas denuncias cuyo primer efecto es que los apartan de sus cargos y quedan absolutamente estigmatizados, aunque la justicia luego (tarde siempre) sentencie inocencia. Si un niño se cae es responsabilidad del docente, si toma el té de la media mañana o media tarde y se ahoga, es culpa del docente, cualquier cosa que le pase en la escuela parece que es responsabilidad siempre del docente. ¿Así debe ser? ¿Es así realmente como tiene que ser?

Cuando estudian en los Institutos Terciarios, ¿alguien le avisa a los aspirante a docentes que así son las cosas? ¿Las teorías pedagógicas y los burócratas pedagogos así lo entienten?

Una maestra, de la escuela insigne de la educación en Jujuy, murió después de una reunión de padres. En la soledad del silencio después de los gritos y reclamos que nunca nadie le dijo que iba a tener que soportar si era docente y que en soledad debió enfrentar – porque «el Estado presente» de burócratas acomodaticios que escriben reglamentos de reglamentaciones que sólo justifican su existencia burocrática estuvo ausente –  ha despertado al elefante adormecido que vive atormentado día a día por una sociedad que no se hace cargo ni de sus frustraciones, ni de sus propias culpas y las proyecta sobre ese elefante adormecido cacheteandolo hasta el desmayo. En esa soledad sobrevino un Accidente Cerebro Vascular. En esa soledad sobrevino la muerte.

Tal vez, sea tiempo de pensar en una solución. Quizás sea tiempo de pensar y no partidizar cada cosa que pasa en las escuelas, y éste mensaje es para los carroñeros de siempre, que intentan aprovechar el dolor para hacer política partidaria.

Quizás sea tiempo de pensar en una Ley Adriana que normativice la obligatoriedad no sólo de gabinetes psicopedagógicos que ayuden a los docentes sino la inclusión de «parejas pedagógicas» es decir, auxiliares docentes preparados para tal fin, se establezca en nuestro sistema educativo, más allá de los contenidos, más cerca de la realidad, más lejos de las teorías, más presentes en las aulas de verdad.

Por Rosario Agostini

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