No será la Copa del Mundo. No será la Copa América. Pero los Juegos Olímpicos también tienen ese condimento que nos hace gritarle al televisor un miércoles a las 10 de la mañana. Es que el argentino quiere ganar a todo. Al fútbol, al básquet, al rugby, al truco y a la bolita. Es parte de nuestra idiosincrasia, de nuestra forma de vivir. Y fue justamente ese fuego sagrado, ese amor propio tan característico del Río de la Plata el que sacó a flote una presentación más que complicada para la Selección Argentina en París.
En Saint-Etienne, el equipo de Javier Mascherano jugó con todo en contra: 40.000 hinchas africanos, un árbitro especialmente susceptible, la presión de ser candidato por los nombres propios y un doloroso 0-2 en el inicio del ST. Así y todo, a pesar de quedar en deuda desde el juego, la Albiceleste se terminó llevando un 2-2 con muchísimo empuje. Ese que hay que tener para subirse al podio de esta competencia. Hay con qué…
¿Cuántos equipos de fútbol en la historia de los Juegos Olímpicos habrán podido contar con cuatro campeones del mundo? «Le dan un salto de calidad al plantel», había expresado el Jefecito en la previa. Y cómo no… Con base en ellos, sobre todo por los tres que acaban de llegar de la Copa América de los Estados Unidos (Julián Álvarez, Gerónimo Rulli y Nicolás Otamendi), el entrenador movió fichas en relación al Preolímpico de Venezuela.
En su presentación, el Jefecito paró un 4-4-2 claro, con Almada, Medina, Hezze y Zenón en la mitad del campo, mientras que Julián Álvarez y Lucas Beltrán rotaron en el frente de ataque. La idea siempre fue manejar la pelota con paciencia, garantizar la amplitud con los laterales (García y Soler) y brindarle a Thiago y Kevin la posibilidad de soltarse y encontrar el espacio a la espalda de los volantes de Marruecos. Pero no sucedió y a Argentina le costó generar volumen de situaciones…
«Si hay algo por mejorar es en lo defensivo», había explicado Mascherano. Y la verdad es que la Selección fue bastante sólida: presionó efectivamente ante la pérdida de la pelota y no sufrió cuando decidió agrupar líneas y esperar. La presencia de Otamendi como líder, con cuatro cortes impecables, dotó a la última línea de firmeza. Solo la genialidad del 10, Ilias Akhomach (cosa seria), perforó el muro argentino. No obstante, el buen papel sin pelota de la Selección contrastó con la falta de ideas a la hora de generar peligro.
El 0-2 en el inicio del complemento cayó como baldazo de agua fría. Argentina no había sido superior a Marruecos, pero tampoco estaba para semejante cachetazo tempranero. Así, Masche se vio obligado a intercambiar fichas. Y acertó. Salieron Zenón, bajo, y Beltrán, sin tanta asistencia. Giuliano Simeone entró con ritmo, con desequilibrio. Luciano Gondou fue la referencia dentro del área que faltó durante todo el PT. Bruno Amione, a pesar de no ser un lateral natural, se desplegó con criterio por la banda izquierda. Y Equi Fernández le dio frescura a la circulación de la pelota.
La Selección fue creciendo, creciendo y creciendo. Sin tanto juego, apenas un poco mejor de lo que venía haciendo, pero con un amor propio bárbaro. Y la misión de cuidarse, de replegarse, de hacer tiempo, terminó siendo un arma de doble filo para un Marruecos que no le sobró nada. El 1-2, toda de Masche: centro del 4 al 3, que termina definiendo Giuliano sobre el segundo palo. Y el 2-2, producto de una genialidad de Thiago (así son los cracks), que entre rebotes, arquero y travesaño terminó empujando Medina. Paradójicamente, y por suerte para Argentina, dos de los futbolistas más bajos en su debut protagonizaron el empate agónico.
Capítulo aparte para el papelón del final, de los hinchas marroquíes. La FIFA, la Federación Francesa de Fútbol y el Comité Olímpico Internacional, responsables de garantizar la seguridad, tomaron al evento como un deporte más, sin tener en cuenta la pasión y el fervor desmedido que hay en este deporte en particular. Cinco hinchas ingresaron al terreno de juego durante los 90′, se encendieron bengalas en la tribuna de Marruecos, le tiraron un sinfín de vasos a Medina durante su festejo y un petardo no hirió a un futbolista argentino de milagro. Los Juegos Olímpicos son los Juegos Olímpicos. Pero esto no deja de ser fútbol.
Conclusiones. No hay equipo en Francia, en estos Juegos Olímpicos, con la jerarquía de este plantel. Solamente hay que engranar las piezas de la máquina. Tarea nada fácil para un Mascherano que debe administrar calidad. En cuanto al juego, Argentina no estuvo a la altura de las expectativas en su debut. Por Thiago, por Julián, por Beltrán, por Echeverri, uno espera mucho más. Sin embargo, mirando la mitad del vaso lleno, no hay dudas de que a este equipo no le falta amor propio; cualidad trascendental a la hora de dirimir quién se cuelga una medalla y quién mira el podio desde abajo. Pasó el primer capítulo. Hay tiempo. Hay jugadores. Hay con qué.